No recuerdes, no reavives ningún “mal recuerdo”. El mal arrepentido está perdonado. La generosidad del amor presente repara el pasado. Olvida las acciones concretas. Basta mantenerte delante de Dios Padre, como pecador beneficiario de su infinita misericordia. El mal es “nada”. ¿Para qué acordarse? Piensa solamente en la gracia de Jesucristo que te ha salvado; en el olvido eterno de tus faltas, que Dios ha destruido. Él no colecciona pequeñeces. Guarda para Él un corazón filialmente contrito, receptivo y tierno: eso es la compunción.
- Escritos Cartujanos. Las puertas del silencio.